Por Carlos Fermín
Desde que el Homo Sapiens se apoderó de los sagrados recursos naturales del planeta Tierra, la vida se convirtió en desgracia para los majestuosos paisajes y la apasionada biodiversidad que coexistían en perfecto equilibrio ecológico. Con la llegada del Dios dinero, el Medio Ambiente se transformaría en una mercancía explotada a imagen y semejanza de la codicia de los gobiernos de turno, que jamás dudaron en contagiarle la enfermedad a sus mórbidas transnacionales.
Poco a poco, el Mundo sacaba a relucir toda su hostilidad en contra de la Pachamama, y la práctica del Conservacionismo terminó siendo una tarea imposible de alcanzar para los ángeles, que lloraban desde el ensangrentado cielo por la infinidad de ecocidios perpetrados, abarcando la tala indiscriminada de árboles, el abuso del consumo eléctrico, la polución del aire con sustancias químicas, la contaminación de las fuentes de agua, el maltrato físico hacia las mascotas, la acumulación de basura en las calles, el exterminio de la fauna exótica, la irracional fuga de hidrocarburos, la expansión de la frontera agrícola por el narcotráfico, el cultivo de alimentos transgénicos, la criminal pesca de arrastre, la minería ilegal en zonas protegidas y la colosal fractura hidráulica.