jueves, 12 de junio de 2014

Niños de plomo

Por Silvana Melo

(APe).- Plomo, glifosato, endosulfán, 24-d, mercurio, cianuro. Los asesinos invisibles, arteros, silenciosos. Asintomáticos hasta la conquista total del territorio. No arrinconan a los niños contra las paredes. No les estallan la espalda a balazos. No les quitan de la mesa el alimento que crece hasta en las banquinas. Son como hormigas en las venas, como ríos diminutos en el cerebro, como termitas en los huesos.

El 40 % de las enfermedades de los niños es pariente directo de las alteraciones del medio ambiente. Que, a la vez, son hermanas de la concepción economicista de la naturaleza, puesta al servicio de una generación despiadada de riqueza que nunca –jamás- se distribuye entre aquellos a quienes se enfermó, se cesanteó, se expulsó, se condenó al agua tóxica, al aire envenenado, a la tierra corrompida. Fundamentalmente los niños. Que comen, aspiran y tocan más (en proporción al peso) que los adultos. Que respiran y el plomo compite con el hierro y el calcio y los expulsan; entonces la anemia y la malnutrición festejan la llegada de un invitado estrella a su paciente trabajo de devastación.

Asma, algunos trastornos neurológicos, retrasos madurativos, malformaciones, intoxicaciones y cáncer rondan a los niños que abren las puertas de sus casas al Riachuelo, cloaca de decenas de miles de industrias; que toman el agua por donde se cuelan los lixiviados de cianuro de las mineras áureas; que aspiran por boca, nariz y piel los herbicidas y los insecticidas que matan malezas, bichos y otras vidas para sostener en pie el formidable negocio de los tiempos. Los niños no sólo mueren en esta tierra por enfermedades parientes del hambre y sus hermanas. También mueren por lo que comen y por lo que respiran. Causas escondidas, con mala prensa, ladeadas en una marginalidad de “fundamentalismo ambiental”, calladas por las tortas publicitarias en los medios que suelen convertirse en prensa institucional y descartan el periodismo.

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Un estudio que firma el ingeniero Facundo del Gaiso (Auditor General de la Ciudad de Buenos Aires), sobre la base de informes oficiales de hospitales públicos, equipos interdisciplinarios de salud, ACuMaR y la AGCBA entre 2008 y 2014, destaca la evolución en la supervivencia de los niños con cáncer pediátrico en los últimos 30 años. Pero “no se ha progresado en los aspectos preventivos. De hecho, hoy en día se estima que entre el 85% y el 95% de estos cánceres están relacionados con factores de riesgo medioambiental”. Las malformaciones que el médico Juan Carlos Dimaio estudia en Misiones –directamente relacionadas con los agroquímicos- y el cambio en las patologías que observó el doctor Darío Gianfelici -cuando, en 2002, la explosión de la soja solidaria desató en los pueblos rurales de Paraná glándulas mamarias en los niños y menstruación precoz en las niñas-, tampoco generaron políticas preventivas concienzudas: el país vive de la soja. Y su emporio subsidiario es intocable.

Alrededor del Riachuelo trabajan más de 15 mil industrias que durante décadas han arrojado sus residuos en un agua que ya no es agua, sino una pasta semisólida, sin oxígeno, fermentada de gases, metales pesados y desechos cloacales, en contacto directo con miles de familias que siguen sobreviviendo a sus orillas. A pesar de la orden de “sanear” por parte de la Corte Suprema en 2008. Ni se van las industrias ni se relocaliza a las familias. Y pasaron seis años. Los niños nacieron y crecieron respirando plomo y guardándolo en la sangre y en los huesos. Con efectos “potencialmente irreversibles”. Los bajos niveles de plomo “pueden causar daño cerebral silencioso” y “el envenenamiento ligero puede ser asintomático”, asegura el informe.

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Hasta los cinco años la vulnerabilidad al plomo es extrema: afecta el desarrollo del cerebro y del sistema neurológico. Son los niños expuestos a la alteración ambiental por la ausencia de vivienda, por jugar en un patio que es relleno de basura, bañado por las lenguas del Riachuelo, vecina su casa de las cañerías que despiden los restos cloacales. “Se cree que los efectos neurológicos y conductuales asociados al plomo son irreversibles”, asegura el estudio de la Auditoría. Son los niños que aprenderán menos, que tendrán un coeficiente intelectual reducido, que comprenderán menos, que no podrán ser médicos ni ingenieros ni actores de teatro ni profesores de matemáticas. Cesanteados sociales de cualquier transformación. Exiliados de la esperanza.

Son los chicos de Lugano y Villa 20: los que tomaron con sus padres las tierras del ex cementerio de autos, ahora “Asentamiento Papa Francisco”. Los que viven con sus padres en casillas edificadas con madera, lona y, con suerte, algún bloque. Los que juegan, con sus padres, en tierras contaminadas por el óxido, el plomo, el manganeso y el asbesto de las pastillas de frenos. Los mismos niños que vivían en la Villa 20 sobre los mismos residuos y con el mismo aire tóxico lastimando los pulmones como una chapa oxidada en la piel. Hace casi diez años se ordenó la remediación de ese suelo. Nunca se hizo. La gente sin casa alza su caparazón de caracol en cualquier parte.

La totalidad de los chicos de Lugano y Villa 20 tienen plomo en sangre. Unos más, otros menos. La mayoría sufre desnutrición, anemias y parasitosis. Los datos aparecen en un estudio del CeSAC N° 18 (del Área Programática del Hospital General de Agudos P. Piñero) en colaboración con el Garraham.

Son los chicos de las villas 21, 24 y 26, que nacen, crecen y se enferman a la orilla del Riachuelo. Un 25% tiene plomo en sangre en una cantidad mucho más alta que el valor de referencia. Aunque nunca el plomo en sangre es inocuo, sino un envenenador silencioso. Que no presenta síntomas agudos, pero va horadando la casita donde se aloja el saber y el pensamiento.

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Una exposición al plomo de escasa magnitud pero sostenida en el tiempo genera “alteraciones neuromotoras, pérdida irreversible de la inteligencia, problemas de conducta y bajo rendimiento escolar.” En niveles altos es cancerígeno. El tejido óseo suele darle albergue al 95% del plomo que entra en el cuerpo. La ausencia de nutrientes aumenta la absorción. El plomo es secuaz de la desnutrición y la anemia: sustituye al calcio y al hierro.

Construye jóvenes descalificados para el sistema. Excluidos de cualquier intento de comprender, de soñar sueños colectivos, de transformar y no repetir la historia.
Hijos desheredados de la naturaleza puesta al servicio de la generación de riqueza.

Que nunca –jamás- se distribuye entre aquellos a quienes se enfermó, se cesanteó, se expulsó, se condenó al agua tóxica, al aire envenenado, a la tierra corrompida.

Fuente: Pelota de trapo

Libros de APE

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