Ezequiel tenía siete años cuando le diagnosticaron un tumor ocasionado por agroquímicos que él manipulaba. Su historia está contada en un film que se exhibe desde hoy en el Gaumont.
Dos meses antes de morir, Ezequiel Ferreyra ya mostraba signos de que no estaba bien de salud. En 2007, su familia se había trasladado desde Misiones a un campo en Exaltación de la Cruz, en la provincia de Buenos Aires, en busca de una vida mejor. Nuestra Huella, una empresa avícola, les había prometido un trabajo estable y una vivienda cómoda. Cuando llegaron, se encontraron con que la situación era otra. Vivían en una casa sin puertas ni ventanas y las labores era exigentes e insalubres. El padre no daba abasto con múltiples tareas, que iban desde recolectar 11.500 huevos por día hasta limpiar sin ninguna protección los galpones llenos de guano de las gallinas. La compañía le exigió que su esposa e hijos comenzaran a ayudarlo. Así, Ezequiel, con sólo 7 años, empezó a trabajar de lunes a lunes, hasta 16 horas por día. En ese tiempo, las maestras notaban que se dormía en clase, y sus familiares que empezaba a tener problemas de visión, hasta que se desmayó y lo llevaron a una clínica de Pilar. Le diagnosticaron un tumor cerebral a causa de agroquímicos que él mismo manipulaba para matar las moscas del lugar. Luego de dos cirugías, falleció el 17 de noviembre de 2010. La historia de Ezequiel y la de otras familias explotadas fue plasmada por Florencia Mujica, socióloga y documentalista, en La cáscara rota, un film que se estrena hoy a las 20.30 en el Cine Gaumont y se podrá ver hasta el 7 de mayo.