Por Silvana Melo
(APe).- Plomo, glifosato, endosulfán, 24-d, mercurio, cianuro. Los asesinos invisibles, arteros, silenciosos. Asintomáticos hasta la conquista total del territorio. No arrinconan a los niños contra las paredes. No les estallan la espalda a balazos. No les quitan de la mesa el alimento que crece hasta en las banquinas. Son como hormigas en las venas, como ríos diminutos en el cerebro, como termitas en los huesos.
El 40 % de las enfermedades de los niños es pariente directo de las alteraciones del medio ambiente. Que, a la vez, son hermanas de la concepción economicista de la naturaleza, puesta al servicio de una generación despiadada de riqueza que nunca –jamás- se distribuye entre aquellos a quienes se enfermó, se cesanteó, se expulsó, se condenó al agua tóxica, al aire envenenado, a la tierra corrompida. Fundamentalmente los niños. Que comen, aspiran y tocan más (en proporción al peso) que los adultos. Que respiran y el plomo compite con el hierro y el calcio y los expulsan; entonces la anemia y la malnutrición festejan la llegada de un invitado estrella a su paciente trabajo de devastación.