jueves, 8 de marzo de 2012

Famatina, Andalgalá y nosotros los nuevos “bárbaros”

Carlos Saglul (ACTA)
En el siglo XVll la palabra civilización era usada por la burguesía británica con un sentido de oposición a lo monárquico. En el siglo pasado se comienza a utilizar la palabra “bárbaro” para describir a quienes se resisten a la civilización y al progreso, a través del dominio de la naturaleza, y pretenden seguir utilizando tecnologías obsoletas para su sobrevivencia. En otras palabras musulmanes, sudacas, africanos, nosotros “los subdesarrollados”.
En los procesos neocoloniales el cambio cultural, la penetración travestida como globalización conducen indefectiblemente a una homogeneización que destruye el principal patrimonio de la humanidad, su diversidad y riqueza cultural. Todo pasa por la máquina de picar carne para transformarse en una gigantesca hamburguesa. El capitalismo y la cultura occidental aborrecen de la naturaleza, la tratan como algo externo, que hay que meter en la máquina de picar carne y luego a la parrilla. Quienes hablan de ecocidio a través de la minería a cielo abierto, el monocultivo, que defienden la soberanía alimentaria son los nuevos bárbaros, enemigos del progreso.

Aquellos que sienten escalofrío al ver pasar los camiones cargados de cianuro o explosivos, que piensan que las fumigaciones con Roundup les producirán cáncer o discapacidades a sus hijos, deben ser “reeducados” por los medios, o de lo contrario criminalizados mediante leyes antiterroristas. Nadie tiene derecho a detener el progreso.
Muchas cosas cambiaron en el mundo luego de los atentados del 11 de septiembre. Después de aquella superproducción terrorífica planificada hasta en sus mínimos detalles ya nada sería igual. La palabra soberanía como nunca, pasó a ser un triste recuerdo. Las Naciones Unidas se transformaron en una dependencia imperial donde van a quejarse contra el colonialismo las naciones que aún creen en la virtud de escribir cartas a los Reyes Magos. La Ley Marcial rige en todo el planeta.
En Estados Unidos mismo cualquiera puede ser detenido, desaparecido legalmente para ser investigado por “terrorista”. Todo este andamiaje legal, los nuevos mecanismos de represión vinieron como anillo al dedo para enfrentar la crisis financiera del sistema, haciéndosela pagar a los trabajadores mediante los estados títeres de las corporaciones y matar, invadir, pulverizar naciones enteras cuando se trata de apropiarse de los recursos naturales del planeta.
La revolución industrial se montó sobre la expoliación de los países colonizados, significó la explotación desmedida de la tierra del Nuevo Mundo y el genocidio de sus pueblos. El capitalismo necesita que los estados nacionales garanticen su desarrollo, la acumulación de capital y los países de América Latina obligados a especializarse en la extracción de materias primas, ven como las promesas de desarrollo, no solo destruyen el medio ambiente, sino que quitan viabilidad a cualquier posibilidad de desarrollo nacional equitativo y con justicia social.
“El concepto de progreso implica la idea de separarnos de la naturaleza tanto física como psicológicamente. Los procesos de urbanización y de adelanto tecnológico apuntan a aislar a los humanos de los efectos de la naturaleza y en especial los meteorológicos”, observa Clive Hamilton.
Desertización, deforestación, erosión, salinización de los suelos, inundaciones, urbanización salvaje de las enormes ciudades envenenadas por el dióxido de azufre que favorece el asma, el monóxido de carbono que produce trastornos cerebrales y cardíacos y el bióxido de nitrógeno, que es inmunodepresor, son algunos de los efectos que Edgar Morín atribuye a las formas de explotación actuales.
“Bajo La Alumbrera” declaró haber exportado hasta el año pasado por 43 mil 843 millones de pesos. Da empleo en Andalgalá a menos de 100 personas. Los perjuicios que ocasiona han sido detallados en estas páginas por sus habitantes: escasez de agua, contaminación, desaparición de localidades enteras debido a la mortandad de animales y la falta de riego, multiplicación de los casos de cáncer.
Como la Barrick Gold en San Juan, la empresa multinacional exporta bajo declaración jurada, sin inspecciones ni molestos controles del Estado. ¿Alguien cree que declara todo lo que se lleva?.Paralelamente, el agronegocio sojero genera cada 500 hectáreas un solo puesto de trabajo. En comparación con otro tipo de producción preexistente, se destruyen nueve de cada diez empleos.
¿Qué quedará de estas tierras una vez que las mineras y los pool de soja las hayan dejado? ¿El país de los alimentos será parte de un pasado dorado, leyenda en una tierra saqueada?.
La historia se repite. El colonizador es dueño de las armas, la razón y el discurso civilizador. Apenas una parte de sus ganancias alcanzan para el “financiamiento de la política”, los subsidios a parte de los desocupados para que no generen revueltas, donar millones a las Universidades y sus investigadores e intelectuales obedientes, llenar de avisos los medios. El dilema entre ser una colonia próspera sin mañana o una Nación que decide su futuro y planifica su desarrollo soberano sin atender al lugar que le fijan las grandes corporaciones en la división internacional del trabajo, es más que un debate perimido.
La "Barbarie" que corta los caminos, las puebladas por la defensa del agua y la tierra, contra la contaminación, el genocidio silenciado de los pueblos fumigados, no plantean una reivindicación “ecologista”, ponerse un taparrabos o repudiar todo tipo de minería como se intenta hacer creer.
Por el contrario, hablan de la necesidad de debatir un proyecto de país, hacerse cargo de un debate que tenga presente, que la destrucción del medio ambiente o para decirlo más claramente, de la vida en la Tierra, es inherente, parte inseparable del capitalismo.

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