Augusto Barck
Los primeros europeos que llegaron a América observaron que los indígenas fumaban en pipa las hojas del tabaco, copiaron esta práctica y la llevaron a Europa. Durante mucho tiempo el pensamiento general de la sociedad era que el tabaco aliviaba tensiones y no tenia efectos nocivos. Durante la Segunda Guerra Mundial los médicos recomendaban enviar cigarrillos a los soldados, por lo que se incluyeron en los lotes de raciones.
Ya a partir del Siglo XX, numerosos estudios médicos fueron demostrando los perjuicios del tabaco, y negando su posible utilidad terapéutica. Pero ya en 1857 el cirujano John Lizars describió la elevada incidencia de cáncer a la lengua de los fumadores. Y en 1911 Manuel Serrano Piqueras en su tesis doctoral “El tabaco y el organismo” comprueba el grave daño del tabaco.
Entre 1939 y 1943 los alemanes F. H. Muller, E. Schaires y E. Schoniger realizaron estudios que demostraron el riesgo de padecer cáncer de pulmón que tienen los fumadores. En la década del 50 gracias a los estudios de los británicos R. Doll y B. Hill se reconfirman estas demostraciones.
En el 2004 se inicia un juicio contra las tabacaleras. Según las autoridades, los directivos de estas compañías se reunieron en un hotel de New York en 1953 con el fin de diseñar un plan para engañar al público sobre el daño y la adicción producidos por la nicotina.
El Gobierno acuso a las tabacaleras de ser responsables de haber conspirado para defraudar al público durante más de 50 años. Y además la parte acusadora consideraba que en ese momento se contaba con suficiente información que demostraba que el tabaco era dañino y adictivo. ¡A pesar de la evidencia científica, las compañías idearon una estrategia para preservar las ganancias! ¡Realmente inhumano!
¡Al finalizar el juicio las tabacaleras fueron consideradas culpables de todos los cargos! El fallo dijo “fumar cigarrillos causa enfermedades, sufrimiento y muerte. Pese a que internamente conocían este hecho, los acusados públicamente han negado, distorsionado y minimizado durante décadas el peligro de fumar”. Se dijo también que las tabacaleras habían retenido investigaciones, destruido documentos y manipulado niveles de nicotina para perpetuar la adicción. La realidad demuestra que estas compañías compraron doctores con la finalidad de que explayen diciendo que “no sabían si causaban daño”.
Ahora bien, esta historia permite hacer un paralelismo. ¡UN PARALELISMO PERVERSO! Una situación similar se vive hoy con la discusión de los transgénicos.
Lejos de respetarse el principio de precaución establecido por el artículo 4 de la “Ley de Ambiente” (Principio precautorio: Cuando haya peligro de daño grave o irreversible la ausencia de información o certeza científica no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces, en función de los costos, para impedir la degradación del medio ambiente) los partidarios de los OGM (organismos genéticamente modificados) sostienen que no hay certezas de que estos generen daños a la salud o al medio ambiente, ignorando (o no) que la demostración de pruebas es al revés, es decir, ellos deben demostrar que no causan daños.
Pero en realidad, todos los alimentos genéticamente modificados actualmente en el mercado, no han sido investigados adecuadamente. Estos alimentos han sido autorizados aplicándose el “principio de equivalencia sustancial”. Este principio se basa en la premisa que si se compara un alimento genéticamente modificado con su homologo natural usando un número limitado de características determinadas, y se las encuentra similares, entonces no hay razón para someter el alimento genéticamente modificado a unas pruebas minuciosas. ¡Esta premisa no tiene fundamento en la ciencia! No toma en cuenta la posibilidad de que en cada caso particular, la inserción de genes en el ADN puede causar alteraciones metabólicas o la generación impredecible de sustancias potencialmente tóxicas. Esto ha sido demostrado en casos experimentales. Sustancias tóxicas de reacción muy lenta pueden ser muy difíciles de detectar. Por este motivo hay un riesgo considerable de que no sean detectados si se aplican las pruebas superficiales usadas para establecer la “equivalencia sustancial”.
Como el “principio de equivalencia sustancial” no tiene ningún fundamente científico y esto ha sido el criterio con el cual se ha aprobado los alimentos genéticamente modificados, es lógico que ninguno de estos alimentos que se encuentran en el mercado puede considerarse seguro.
Los estudios subsidiados por las compañías que venden transgénicos dan a entender que son inocuos.
Pero este no es el único problema. Estos organismos genéticamente modificados utilizan un herbicida, cuya principal sustancia es el Glifosato. Los que inicialmente realizaron en EE.UU los estudios toxicológicos requeridos oficialmente para el registro y aprobación de este herbicida, han sido procesados legalmente por el delito de prácticas fraudulentas tales como la falsificación de datos, omisión de informes, falsificación de estudios y manipulación de equipamiento científico para que este brindara resultados falsos.
La Agencia de Protección Medioambiental (EPA) ya reclasifico los plaguicidas que contienen Glifosato como Clase II, es decir, altamente tóxicos, por ser irritante a los ojos. La organización Mundial de la Salud describe efectos MAS SERIOS en varios estudios con conejos los califico como “fuertemente” o “extremadamente” irritantes.
En seres humanos, los síntomas de envenenamiento incluyen irritaciones dérmicas y oculares, nauseas y mareos, edema pulmonar, descenso de la presión sanguínea, reacciones alérgicas dolor abdominal, pérdida masiva de liquido gastrointestinal, vomito, pérdida de conciencia, destrucción de glóbulos rojos, electrocardiogramas anormales y daño o falla renal.
Ahora, conociendo la historia y este paralelismo, ¿A quién le creemos?
Fuente: Infosur Rosario
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